Hoy más que nunca nos estamos enfrentando a una realidad de
la situación de Colombia que está marcando la historia de nuestro país. Se
trata de los modelos gubernamentales en los cuales se han venido gestando
cambios que tienen que ver con el desarraigo por lo tradicional y la imposición
de modelos “nuevos” que pretenden determinar la vida de cada ciudadano y regir
los destinos de nuestra sociedad con base en presupuestos no solo de tipo
económicos, sino también ideológicos pero en el sentido contrario a los
principios y elementos que han fundamentado nuestra sociedad como una sociedad
democrática y soberana además de civilizada con un alto componente de
Cristiandad. Un error que estamos pagando con creces por querer modelos de
gobierno abiertos a cambios como lo que sucedió con Israel cuando decidieron
tener un cambio de sistema de gobierno y entrar en la moda del momento de tener
un rey humano(1 Sam 8).
A lo largo de la historia colombiana, nos hemos encontrado
con modelos de gobierno que han pretendido defender los principios y valores
sociales que por tradición toman como fuente importante los postulados de la
Palabra de Dios y obviamente con elementos de religiosidad por ser un pueblo
altamente católico. Tal ha sido el pensamiento de los gobiernos conservadores
que ha procurado el mantenimiento de un estándar de vida en Colombia poco
progresista y muy tradicional. En tal sentido, la historia ha hablado de la
manera como la participación ciudadana, termina por elegir gobiernos que se
mantienen en la tendencia y rechazan
todo tipo de tendencias liberalistas o novedosas ante los desafíos que debe
enfrentar nuestro país por los cambios socioculturales que enfrenta día a día. Así,
en la práctica nuestro país es una nación democrática que propugna por unos
valores determinados, pero en la agenda oculta de la realidad sociocultural, lo
que termina imperando son los intereses de los particulares de turno que
procuran imponer sus deseos sobre las mayorías ciudadanas ignorantes de las realidades
que pasan a su alrededor.
A pesar de esto, existen elementos que hacen de nuestra
sociedad, una sociedad aún con sentido social y democrático, reflejado esto en la
posibilidad que tenemos como ciudadanos de proclamar la verdad sin miedo a ser
arrestados o torturados por entes estatales de la manera que está viviendo
Venezuela en la actualidad.
Es por esto que quiero poner el énfasis en la voz profética
de todos aquellos que somos guiados por el Espíritu Santo de Dios, pues no nos
podemos quedar callados ante el pecado social y menos ante el pecado de nuestra
nación, de nuestro sistema social y de nuestros gobernantes.
A lo largo de estos días una gran preocupación invade mis
pensamientos y mis emociones respecto a los acuerdos entre el Gobierno colombiano
y el grupo guerrillero de las Farc. Y soy testigo, por medio de un análisis
detallado del documento de los acuerdos que estamos ante la amenaza latente de
una realidad donde se pretende cambiar los modelos sociales por excelencia que
tradicionalmente han determinado la estructura social de nuestra nación, para
traer modelos sodómicos y perversos en contravía de principios constitucionales
como el plasmado en el artículo 42 de la Constitución que propugna un núcleo
social claro como lo es el de la familia constituida por un hombre y una mujer.
Ya no se trata solo de modelos comerciales donde impera la ley del dinero, de
oferta y demanda, como lo dice el documento de la sombrilla planetaria, de Don
Dinero. Se trata de un enfoque peligroso para nuestra sociedad en el cual se
rasga completamente el manto que cae sobre la realidad del núcleo familiar y se
propugna una “igualdad de género” caracterizada por el desconocimiento del
enfoque de “hombre” como hombre y “mujer” como mujer (Gen 1:27). La gran mentira
que el gobierno nacional en su agenda oculta, que inició implantándola en las
cartillas sobre convivencia escolar en las instituciones educativas y que ha querido plasmar en los acuerdos de
la Habana con la complicidad de los comandantes guerrilleros es que “no existe
una característica de género”, porque según Humberto de La Calle (representante
del gobierno en dichos diálogos), “el hombre no nace hombre, sino que se hace
en la medida que toma conciencia de esto y lo mismo sucede con la mujer”. Esto, ya no se trata de un problema de
recursos económicos o de diferencias políticas o de imposiciones neoliberales,
pues va más allá del Estado Social de Derecho propugnado en la Constitución
política en su artículo primero y pretende imponer un nuevo pensamiento y una
nueva estructura social donde lo que impera es la subjetividad de unas minorías
(como lo son las comunidades LGTBI) sobre una inmensa mayoría que buscamos el
desarrollo de una sociedad justa y en virtud de principios naturales y
espirituales como son los principios de Dios para esta nación.
La Biblia nos habla en el evangelio de Mateo 6:33, que uno de
los modelos que necesitamos urgentemente en Colombia es el modelo del Reino de
los Cielos, con altos componentes de justicia, verdad y de paz, para lograr un
nivel de vida adecuado, donde podamos proclamar la verdadera paz y la verdadera
libertad que nuestra nación necesita para lograr un progreso que fortalezca el
desarrollo de nuestro país. Desafortunadamente el enfoque parcializado y
mentiroso del gobierno Colombiano ha venido imponiendo sus propios modelos
alejados de los modelos axiológicos bíblicos y ha querido imponer poco a poco
una agenda que no contribuye al verdadero desarrollo del país, sino a sus
propios intereses particulares como lo he expresado anteriormente.
En tal sentido, no nos queda más que levantarnos como pueblo
de Dios en una sola voz a la denuncia por cuanto se ha querido pasar por encima
del interés general de las mayorías del pueblo colombiano en detrimento de sus
principios y en detrimento de las estructuras sociales que por tradición se
consideraban claves en el desarrollo de nuestra sociedad.
Dios juzgó a las ciudades de Sodoma y Gomorra por el colmo de
sus maldades (Gen. 19) y todos aquellos que tenemos una participación social
como ciudadanos colombianos y como ciudadanos del reino, no podemos quedarnos
quietos y pasivos ante la terrible imposición del actual gobierno.
Somos nosotros los cristianos quienes estamos en la tarea de
enfrentar el pecado de nuestra nación y de nuestros gobernantes. Somos nosotros
los llamados primeramente a orar por muestro país, por el gobierno de turno y
por la situación que está enfrentando Colombia ante los acuerdos que se
pretenden refrendar en el plebiscito por la paz, que no es más que otra
imposición que a la ciudadanía ignorante no le deja otra alternativa que asumir
el pecado como único remedio para lograr la paz, lo cual es una total mentira.
Tenemos que hacernos conscientes del modelo gubernamental que
tenemos en la actualidad y no solamente ahora, sino también al momento de ir a
las urnas, pues la falta de conciencia ciudadana nos ha llevado en Colombia a
enfrentarnos a gobiernos que promueven el pecado e imponen ideologías sin
importar el pecado o el detrimento social que estos nos impongan. Somos
nosotros los cristianos que, con el conocimiento de la Palabra de Dios podemos
lograr una transformación de nuestro país, pero en la proclamación de la VERDAD
de Dios con una voz profética como la voz de los profetas de Israel que
denunciaban el pecado del pueblo y de sus gobernantes, y no siguiendo las
corrientes heréticas de los gobernantes de turno que promulgan mentiras.
Estamos
ante un momento trascendental de nuestra realidad social colombiana, donde somos
nosotros quien debemos tomar conciencia de lo que está sucediendo, y ser
consecuentes no solo con nuestra ciudadanía terrenal, sino también con nuestra
ciudadanía celestial.
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